La placita
Vivo en Maipú, Mendoza, frente a una placita de barrio que
no mide más que un cuarto de manzana. Ni nombre tiene.
Durante 2009, la plaza tenía los juegos infantiles un poco
exigidos, para decirlo de manera amable, y mucho césped, mantenido por los
municipales que venían todas las mañanas a regar a lo loco con agua de la
acequia. Cuando las elecciones locales no fueron tan amables con la familia
Bermejo, mucha actividad municipal se retrajo y la placita entró en una etapa
de abandono que duró más de dos años.
En 2012 el césped no se recuperó, pero se arreglaron y
repintaron los juegos infantiles. El lugar siguió viéndose medio feo, pero seguía siendo usable. Los niños y las niñas nunca dejaron de concurrir a jugar. Tampoco los
grupos de adolescentes (y no tanto) que se sentaban en la esquina, a la
nochecita, a fumar, charlar y ver pasar la vida.
Desde que empezó el verano, hubo decisión política de que la
placita renaciera de verdad. Se blanquearon las paredes y se trabajó en los
juegos. Se decidió que no valía la pena volver a poner césped y se lo reemplazó
por ripio y arena. Sí se conservaron los árboles y arbustos. Se instaló una
pérgola y, lo más importante, se destinó el fondo de la plaza a una símil
cancha de fútbol, con arcos, alambrado para que la pelota no cayera en las casas
vecinas y troncos a modo de asientos para el público.
La única forma de mantener la placita en condiciones, con o
sin césped, es cuidándola a diario. Esto no es solamente obligación de la
Municipalidad, que tiene sus tiempos ,y claramente, no va a privilegiar la
atención de un pequeño espacio verde cuando los hay más grandes y en barrios
más poblados. ¿Cómo se mantiene entonces la plaza? Con el trabajo vecinal.
Desde el principio, las familias de la cuadra y los usuarios frecuentes se
dedicaron a su limpieza. Si se quiere evitar que sea un festival de tierra,
además, hay que regar todos los días, para lo cual estos mismos niños y jóvenes
se pasan la semana tapando y destapando las acequias vecinas; así se aseguran
un buen caudal en la acequia de la plaza y evitan tener que usar agua potable.
El resultado es que todos los días hay niños y niñas
disfrutando de los juegos y de la cancha. Personas adultas, jóvenes y mayores, pasan muchas horas en la plaza cuando baja el sol y se convierte en el único
lugar respirable en estas noches de calor sofocante. Los pibes más crecidos
siguen hasta la madrugada sentados en el cantero de la esquina. Durante todo el
día se oyen voces, risas, y los gritos de los niños y niñas que festejan goles
o discuten posiciones adelantadas.
En otros distritos del país, las plazas se enrejan, se
cierran. Se niega el espacio público para obligar a usar el espacio privado
(pago) o a esconderse. Se niega el paseo del pobre, el lugar de socialización
de la niñez, la salud de quienes van a respirar aire puro. En lugar de limpiar
y garantizar seguridad, se niegan derechos. Es demasiado triste. Me quedo con
los gritos victoriosos del equipo de pibes que ganó el partido y con los
esquineros nocturnos que no molestan a nadie.
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