Esperá 10 años y ahí nos vemos

Inspirada en este post de Mantis, vuelvo a este texto que escribí hace tiempo para el sitio anterior (ahora en reconstrucción).


Dicen científicos muy serios que, si no bajamos un cambio con la contaminación, en diez años el daño ambiental se volverá irreversible (www.ciencia-ficcion.com/novedad/futurod.htm) y el cambio climático tendrá efectos tan graves que ya nada será como lo conocemos en el paisaje cotidiano. Como consecuencia, las ciudades no podrán sostener su funcionamiento y se perderá el sostén material de lo que entendemos por civilización. Sabiendo de los problemas primarios, trágicos y lógicos que enfrentaremos entonces (epidemias, hambruna, extinción de especies), me pregunto también qué queda después de la vida en la ciudad. ¿Qué haremos entonces los citadinos ortodoxos, los que pensamos que el gas nace en las hornallas y el agua, en las canillas? Si ya nos angustia olvidarnos el celular en casa y no sabemos qué hacer cuando se corta la luz, ¿cómo soportaremos la idea de que todo lo que necesitaba justamente de la electricidad para ser habrá dejado de existir?
Tendremos que huir de las ciudades, sin tener muy claro cómo ni hacia dónde. ¿Sabremos resignarnos a llevar apenas lo indispensable? ¿Sabremos qué es lo indispensable? Hace una década, algunos niños africanos que erraban por el continente según los vaivenes de las guerras civiles llevaban consigo los libros que habían rescatado de sus hogares perdidos. En los campos de refugiados, si tenían suerte, recibirían agua, comida y remedios, pero nadie recordaría alimentar sus mentes; nadie más que ellos, por otra parte, valoraría los objetos que portaban. Esos chicos sabían por qué lo hacían: la suspensión de la civilización que significaba la guerra civil alguna vez acabaría, o lograrían escapar de ella, y los libros los habrían mantenido de este lado de la cultura. Dentro de diez años, cargar libros sólo tendría el valor de proveerse de combustible, no de material duradero de lectura: ¿cómo protegerlos? ¿Dónde los guardaríamos? Los bienes materiales se vuelven una carga para el nómada, y seremos todos errantes, buscando un sitio menos inhóspito donde cazar o recolectar. Triste ironía: los acostumbrados a la carencia, a la vida rústica y a las condiciones inclementes estarán mejor preparados para el mundo por venir. Sin embargo, serán los últimos en saber que la propiedad privada ha caducado y son libres de trasladarse a donde les parezca que la vida puede serles más fácil. Los de la ciudad, los de la confianza ciega en el precario equilibrio del paisaje humanizado y (como complemento de la acumulación a nivel social) el usufructo de mucho más que lo que individualmente producimos, no sabremos cómo cubrir nuestras necesidades básicas de consumo (alimento, agua, resguardo, energía y abrigo).
Si supiera que me quedan 48 horas de vida, por darme un cortísimo corto plazo, mi plan sería más o menos claro: permitirme alguno de los placeres que anhelo secretamente, saludar a los amigos, llenar a mi hija de besos y decirle cuánto la amo; reír por última vez con mi hermano, agradecer por todo a mis padres y correr a los brazos del hombre de mi corazón para morir a su lado. Si, en cambio, me garantizaran 50 años, la salud y lo material tendrían su peso en el plan. Pero ¿cómo se planifica para 10 años? Se trata de pensar la propia vida para un período no mayor que ése, no porque vayamos a morir al día siguiente, sino porque el día después del plazo cumplido, la mayor parte de lo que hayamos hecho ya no tendrá importancia, valor o significado. Sólo contará la posibilidad de la supervivencia. Que también es una pulsión vigente y fundamental en nuestra vida actual, pero no la única.
¿Cómo se viven los últimos años de la civilización sabiendo que en el mediano plazo vamos hacia la pérdida del sentido?

Comentarios

Mantis dijo…
Si a mí me quedasen cuarenta y ocho horas de vida, dormiría un montonazo.

Porque luego dormirías obligatoriamente, y como soy más bien beligerante, perfiero eso.

Y el resto, con mi novia. Un post de despedida seguro pondría, eso ni dudarlo...
cuti dijo…
¿Por qué la pérdida del sentido? Sin duda habría muchas bajas, pero me parece que tenemos en general una mayor capacidad de adaptación que la que suponemos tener. Y al sentido lo construimos de vuelta los que quedamos (nótese la primera persona del plural)
Mantis: gracias por acordarse de sus lectores.
Alfredo: qué bueno que se tenga tanta fe. Yo que no he probado sobrevivir siquiera a un fin de semana de camping, mucho menos me veo luchando exitosamente por la civilización.
cuti dijo…
La necesidad tiene cara de mujer... hmmm, no, me confundí. Pero la idea es ésa.
Anónimo dijo…
Generalmente ese tipo de vaticinios no terminan cumpliéndose por dos razones:

a-el fin llega antes o

b- las cosas no eran tan así.

Recuerdo una cosa q leí de un escritor francés llamado Bourghess al que le diagnosticaban un año de vida: el tipo agarró y se fue a vivir a las bahamas y dijo "de pronto hice todo lo que no había hecho antes, los médicos me habían regalado todo un año de vida"
Ya nos volvimos escépticos hasta en relación al Apocalipsis urbano, que es de muy bajo vuelo pero rinde cinematográficamente. De todos modos, sabemos que, si se pudre todo, contamos con Alfredo.
Anónimo dijo…
"De la casa al trabajo y del trabajo..." Que frase espantosa.
Hace rato que tengo pendiente aprender cosas importantes para la vida como las constelaciones, que indican los puntos cardinales, en qué estaciones se siembra qué cosa, en cuáles se cosecha, cómo se cuida una quinta y mucho más. Pero la vida civilizada no da tiempo a preparase para otra vida que no sea ésta. Después del sunami o tsunami, cuando pasaban las filmaciones caseras, hubo una que me lamó la atención, era la de un tipo adentrándose en la playa que dejó el mar cuando retrocedió. Hace mucho yo había visto un programa sobre sunamis y me acordaba que era un signo característico de este tipo de catástrofes. Si este tipo hubiese mirado más programas de divulgación científica y menos noticieros tal vez estaría vivo, habría rajado al reconcer la señal. Lástima que vivo en la llanura, por ahora este conocimiento no me sirve.
Carlitos: la vida civilizada es muy exigente. Yo he pasado más tiempo aprendiendo a hacer trámites que ejercitándome trepando a árboles. Ahora no sé trepar árboles ni soy buena haciendo trámites. Por otro lado, te imagino gritándole a la tele "Retroceda, señor, retroceda!!!!". Sería bueno que nos prepararan con documentales de factura regional instruyéndonos sobre maneras de sobrevivir a los mosquitos o cómo obtener agua a 5km de una ciudad en la que no se consigue agua potable de las cañerías.
Anónimo dijo…
Me parece que la capacidad del ser humano para aislarse en micromundos hará que la mayoría de la población urbana siga cargando el celular con las últimas gotas de electricidad mientras unos pocos locos van a andar haciendo cursos de boy scout, acaparando víveres y armas, comprando de kits de supervivencia y todo ese tipo de preparativos para la vida a lo Mad Max. Yo recién me pondría con eso cuando se corte internet, así que no sé si voy a poder adaptarme a ese futuro apocalíptico.
Gus_: yo estaré haciendo más o menos lo mismo, confiando en que con el contenido de mi cartera, mi campera (que es casi una bolsa de dormir) y una ensalada de frutas, sobrevivo tranquila unas cuantas horas. Después, improvisar.

Entradas populares