Su nombre es Hans

Su nombre es Hans y nació en la Berlín capitalista. Tiene 28 años pero parece de 33; su piel muy blanca y seca lo hace ver mayor de lo que es. Usa pequeños anteojos que combinan con sus rasgos finos, el cabello muy rubio y los ojos claros, y contrastan a la vez con la espalda ancha y recta como una tabla. Es alto, muy alto y fibroso, tiene manos grandes pero gestos suaves. No le preocupa la ropa; cualquier remera y unas bermudas están bien porque son cómodas. En conjunto se ve como lo que es, un intelectual atlético. Un hombre atractivo. Pasó la adolescencia discutiendo con los compañeros de escuela criados en la derecha, recorriendo bibliotecas y cuanto paisaje natural pudo encontrar. Estudió biología y en la militancia ecologista encontró el cauce para sus dos intereses fundamentales: la inquietud por la humanidad y el respeto por el planeta. Trabaja en sistemas pero peleó hasta ganar una beca de investigación que lo trajo al sur del mundo para estudiar durante algunos meses el impacto de ciertas tecnologías contaminantes. Ha aprovechado este viaje para acercarse a Entre Ríos y conocer de cerca el conflicto con las papeleras. Vive en un albergue para estudiantes extranjeros en San Telmo, donde polemiza en castellano, alemán e inglés con otros europeos y latinoamericanos. De los tres idiomas prefiere el castellano, que todavía pronuncia con cierta dureza; el alemán puede hablarlo cualquier día en su casa. El inglés le resulta antipático porque le recuerda un breve viaje a Londres del que volvió separado de la que era su novia.
Es un hombre muy reflexivo y profundo, demostrativo pero no apegado. Se ríe con cierta timidez y se apasiona alegremente intercambiando ideas. No habla demasiado de su familia, que consiste en sus padres a los que quiere mucho y ve poco, y una novia de mentalidad muy abierta, algo mayor que él y activista de derechos humanos que está viajando por otra parte del mundo. No le gustan los deportes, prefiere las caminatas y tampoco sabe bailar; escucha música electrónica. Muy ocasionalmente fuma marihuana, elige una y mil veces la cerveza. Le gustan el teatro contemporáneo, las novelas históricas y los pensadores franceses actuales. Al igual que su novia, se inclina menos por la lealtad a la pareja que por la fidelidad a sí mismo. Siente enorme curiosidad por los matices de la sexualidad humana y está siempre dispuesto a nuevas exploraciones de gustos y límites.
Se bajó del subte en la estación Independencia y me quedé sin material para las conjeturas.

Comentarios

Anónimo dijo…
Che qué buena semblanza! Muuuuy buena! Igual yo desconfío de los extranjeros progres que viven con cheques de viajero... (No se por qué, pero ellos y los taxistas con camisa de manga corta andan en una conjura, estoy seguro)
Noi: los dos grupos humanos en la misma conjura?
Conocí taxistas a través de una amiga que trabajaba en el tema. Es cierto: si los de mangas largas son de cuidado, los de mangas cortas son impresentables.

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